sábado, 29 de enero de 2011

Mandalay

Después de 12 horas de bus llegamos algo desubicados y entre el cansancio y la poca planificación que habíamos hecho del día perdimos el ferry que nos llevaba a una zona que queríamos visitar. Aún con el recuerdo del timo en la cabeza y algo malhumorados volvimos al hotel para que nos proporcionaran un plano de la ciudad.



Fuimos al Mahamuni Paya en el cual hay un buda que cada día le limpian la cara y con el agua sucia la guardan embotellada como agua sagrada. Una vez limpio le van enganchando bolas de pan de oro y sólo los hombres pueden subir al altar.



Cogimos un pick up para subir de nuevo toda la avenida 84 y buscar algún lugar dónde llenar la barriga. Encontramos una especie de cantina dónde comimos una especie de bollo de verduras y rollitos que estaban ricos. Diambulando un poco por la calle nos vino a hablar un conductor de rickshaw (bicicleta con una especie de sidecar acoplado en el lateral). El tipo era de lo más agradable y nos ofreció llevarnos a visitar una colina a lo alto de la ciudad y unos templos que conocía. La decisión no pudo ser más acertada ya que Joe (así se llamaba nuestro guía/conductor) resultó ser una maravillosa persona que nos explicó cosas muy interesantes sobre el país, sus costumbres, su familia e historia de los templos.



Subimos hasta arriba de todo de Mandalay Hill dónde contemplamos unas preciosas vistas de la ciudad. Lástima que el cielo estuviese algo tapado y no se apreciase la puesta de sol.


De repente vinieron dos monjes budistas a hablar con nosotros, hablaban un inglés un poco difícil de comunicar pero vino otro chico/monje de nuestra edad que entendíamos mejor. Estuvimos hablando con él hasta que  oscureció. Fue fascinante la conversación que tuvimos con él. No pudimos reprimirnos en  preguntarle sobre que pensaba del gobierno militar, nos contestó que no le dejaban expresar su libertad y que tampoco podía hablar mucho más del tema pues podía ser peligroso. De hecho uno de sus profesores de la universidad budista está encarcelado en una gigantesca prisión que pudimos observar desde lo alto de la colina.

Intercambiamos correos con nuestro amigo monje y bajamos con algo de prisa ya que Joe nos estaba esperando en su rikshaw. Seguimos hablando con él nos contó muchas más cosas sobre su familia y todo lo que tiene que trabajar para poder comprar un kilo de arroz para dar de comer a todos.  Era un tipo genial que resultó ser muy conocido en la zona, Mr. Joe nos aconsejó que fuéramos a cenar a un restaurante indio que a parte de ser escandalosamente barato comimos unas chapati con unas salsas exquisitas y claro como no repitiendo hasta reventar. Parecía que la buena onda del viaje volvía a su cauce.

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